viernes, 20 de abril de 2012

Piel negra, máscaras blancas, de Frantz Fanon



Frantz Fanon es una de las figuras más trágicas del siglo XX. Su vida estuvo marcada por incontables experiencias de sufrimiento. Su prematura muerte por leucemia fue igualmente lamentable. Hoy Fanon es casi un mártir para los pueblos colonizados que buscan su liberación. Como consecuencia de sus experiencias amargas, Fanon escribió este texto, Piel negras, máscaras blancas. El libro, escrito a mitad de camino entre la autobiografía, el análisis psiquiátrico y ensayo sociológico, está marcado por un enfático tono de indignación. No es para menos, teniendo en cuenta la vida de Fanon. Pero, a través de sus páginas, Fanon pasa muchas veces de la indignación al puro resentimiento, cuestión que en varias ocasiones, lo conduce a sostener posturas lamentables. Habría sido insensato pedir a Fanon que, en su sufrimiento, modificase muchos de los contenidos de su libro. Pero, no es insensato, cincuenta años después, pedir a los devotos seguidores de Fanon que reconozcan que posturas como las expuestas en Piel negra, máscaras blancas, deben ser asumidas sólo con extremo cuidado.
En vista de que Piel negra, máscaras blancas tiene un importante contenido autobiográfico, conviene hacer un breve repaso por la vida de Fanon. Originario de la colonia francesa de Martinica, de una familia mulata de clase media, Fanon recibió la clásica educación que el colonialismo francés adelantaba, con su pretensión de asimilar a los colonizados. Así, desde joven, creció en Fanon un sentimiento patrio francés. Cuando Francia entró en la Segunda Guerra Mundial, Fanon entusiastamente se alistó para defender a la que él consideraba su patria. Fue enviado como soldado a Europa.
Pero, la experiencia en Europa modificó sustancialmente sus sentimientos. Fanon ingenuamente creía que sería aceptado como un francés más, pero no tardó en vivir los efectos nocivos del racismo. Vivió de cerca cómo los comandantes no confiaban en los regimientos de soldados negros, separados de los blancos. Empezó a comprender que el daño ocasionado por el colonialismo no era sólo político o económico, sino fundamentalmente psicológico.
Así, Fanon estudió psiquiatría. Afectado por su experiencia en Francia, y profundamente indignado por el colonialismo francés, se marchó a Argelia para colaborar en los movimientos de independencia. Estuvo trabajando en hospitales psiquiátricos, pero inoportunamente, desarrolló una leucemia y murió.
El título del libro, Piel negra, máscaras blancas, se conforma especialmente como una crítica, no tanto dirigida a los colonizadores blancos, sino a los colonizados negros que dan continuidad a la degradación colonialista. A lo largo de sus páginas, Fanon va mostrando su indignación frente a aquellos negros (especialmente hombres) que, avergonzados de su origen, intentan hacerse blancos. Así pues, llevan una máscara blanca, intentando ser aquello que nunca podrán; a saber, hombres blancos.
Y, precisamente acá empiezan las dificultades con el libro. Pues, Fanon implícitamente participa de un esencialismo que postula que las características biológicas deben coincidir con las características conductuales. Aquella persona de piel oscura que se sienta fascinada por la cultura europea es, bajo la perspectiva de Piel negras, máscaras blancas, un traidor. Fanon termina por encasillar a los negros en la cultura africana, y a los blancos en la cultura europea, y no les permite salir de esas esencias. Asumir las ventajas de la civilización europea termina por  ser el equivalente a asumir una máscara blanca.
La suposición implícita de Fanon es que, para vivir sin máscaras, para vivir auténticamente, es necesario rechazar todo lo traído por el colonizador. Esto ya empieza a sonar ridículo. El principal problema con Fanon y la escuela postcolonialista que él inauguró, es que su dolorosa experiencia no le permitió tener una visión más panorámica, y comprender que no toda la experiencia colonialista francesa fue mala, y que más allá de los innegables crímenes del colonialismo, hizo aportes significativos (tanto intelectuales como materiales) que no conviene rechazar.
Fanon empieza por documentar cómo el daño psicológico del colonialismo se manifiesta a través del lenguaje. Fanon analiza que, en muchas lenguas occidentales, lo malo está asociado al color negro, y lo bueno al color blanco. Esto, postula Fanon, va erosionando la personalidad de los colonizados de color.
Es innegable que, efectivamente, en muchas de las lenguas de los colonizadores, el color negro está asociado a lo malo, y el blanco a lo bueno. Pero, quizás Fanon exagera el daño que esto causa. La tesis de Fanon reposa sobre la hipótesis relativista de Sapir y Whorf, según la cual, las particularidades del lenguaje condicionan el pensamiento; esta hipótesis hoy está muy cuestionada por la vasta mayoría de los lingüistas.
Fanon también describe cómo, en su Martinica natal, hay un intento desesperado por asumir los modos lingüísticos de la metrópolis francesa. La degradación colonial ha llegado a tal punto, que los nativos de Martinica odian su color y su propia forma de hablar, y a toda costa quieren parecerse a los blancos, para lo cual asumen los modos lingüísticos foráneos.
Sin duda, esto ocurre: hay plenitud de gente que asume los modos lingüísticos de los poderes dominantes. Pero, Fanon debió haber reconocido también que la dinámica de la difusión lingüística dicta que, efectivamente, haya modificaciones lingüísticas. Es natural que un nativo de Martinica que pase una temporada en Francia, regrese hablando con modismos franceses metropolitanos; esto no ocurre por un odio a sí mismo. El empresario venezolano Richard Bulton estuvo secuestrado por los paramilitares colombianos por varios años. Cuando fue liberado, hablaba con acento colombiano. ¿Era este cambio lingüístico una forma de esnobismo por parte de Bulton? Para nada: muy difícilmente Bulton habría querido parecerse a sus secuestradores. Sencillamente, el uso cotidiano hizo que, inevitablemente, Bulton asumiese el acento de aquellos con quienes convivía.
Fanon se lamenta en el libro de que los nativos de Martinica abandonasen sus dialectos regionales a favor del francés, pues insistía, es una forma de degradación de los nativos cuando éstos odian su propia lengua. Sin duda, habrá algunos esnobs de este tipo. Pero, también es menester tener en cuenta que las lenguas que sobreviven son aquellas que son más útiles. Y, por motivos comerciales, educacionales, mediáticos, etc., el francés es mucho más útil que los dialectos de Martinica. Quizás el nativo de Martinica que prefiera el francés por encima del creole, no lo hace tanto por odio a sí mismo, sino más bien por cálculo racional respecto a la utilidad de la lengua.
Por supuesto, eso no esconde el hecho de que, en Francia, quien hablara con acento creole era degradado, y eso generaba un profundo efecto nocivo, y Fanon vivió esto de cerca. Pero, lamentablemente, también ocurre a la inversa. Quien pretenda hablar un francés gramaticalmente correcto, es muchas veces visto como un traidor, un negro que lleva una máscara blanca. Y, así, pareciera que Fanon pretende mantener a la gente negra en la caja esencialista: para ser auténticamente negro, hay que renunciar al gusto por Pascal, Voltaire o Flaubert. Plenitud de negros intelectuales en EE.UU., por ejemplo, se han quejado de que muchas veces son acusados de colaboracionistas con el poder blanco, por el solo hecho de expresarse correctamente en lengua inglesa.
Fanon también dirige críticas a las mujeres negras que buscan casarse con hombres blancos, y los hombres negros que buscan casarse con mujeres blancas. Fanon se indigna, por ejemplo, frente a un libro autobiográfico escrito por Mayotte Capecia. En ese libro, la autora es mulata, pero reniega de su color de piel oscuro. Narra su plena satisfacción por haberse casado con un hombre blanco de ojos azules, pero a la vez, se mortifica cuando visita a los amigos blancos de su esposo, pues teme quedar en ridículo.
Situaciones parecidas documenta Fanon en una novela de Absoulaye Sadji: una mujer negra recibe una propuesta matrimonio de un hombre negro que sinceramente la ama, pero a ella eso le parece un insulto. En cambio, cuando un hombre blanco le propone matrimonio, ella misma queda encantada, aun sin estar claro si ese hombre en verdad la ama. Obviamente, concluye Fanon, la mujer negra colonizada odia su propio color de piel, y desesperadamente busca un esposo blanco, a fin de sentir una mejora respecto a su condición.
Los hombres negros no son muy distintos. Fanon considera que el deseo de los hombres negros por casarse con mujeres blancas obedece a unas intensas ansias de conseguir un trofeo, e incluso, una suerte de venganza respecto a los colonizadores blancos, pues éstos impusieron su dominio, pero al final, el hombre negro consiguió apoderarse de la mujer blanca.
Fanon dirige su atención a una novela de René Maran, Un hombre como los demás. El protagonista,  un joven negro criado en Francia llamado Veneuse, se enamora de una mujer blanca. Pero, inseguro, consulta a un amigo si ella podría aceptarlo. Su amigo le responde que sí, pues si bien él es negro, se ha criado en Francia, y es como el resto de la gente.
Fanon ve esto como una gran afronta contra la integridad de Veneuse, pues, a su juicio, la sociedad francesa ha promovido su asimilación, y le ha hecho romper con sus raíces negras. Lamentablemente, Fanon no alcanza ver que esto es precisamente una de las virtudes de la civilización francesa. Los franceses, en virtud de su radical igualitarismo ilustrado, asumieron que todos los hombres tienen la suficiente plasticidad para asumir cualquier cultura, y que el ser negro no supone un impedimento biológico para ser ciudadano francés, contrario a lo que tradicionalmente asumían los promotores del racismo, para quienes, la gente negra tiene un impedimento biológico para asumir plenamente los valores de la civilización occidental. Por supuesto, este ideal estuvo muy lejos de cumplirse en las mentes del pueblo llano francés, pero la situación vivida por Veneuse pareciera ser más bien de integración, y no de alienación. Una vez más, en tanto Fanon desea que el negro se aferre a sus raíces africanas a toda costa, asume irónicamente, como hicieron los racistas de antaño, que los rasgos biológicos dictan cuáles rasgos culturales deben asumirse.
Los capítulos sobre las relaciones maritales entre blancos y negros son quizás los más lamentables de Piel negra, máscaras blancas. En los sistemas más brutales de colonialismo, se impusieron leyes raciales que prohibían los matrimonios mixtos. EE.UU. tuvo estas leyes hasta 1967, y Sudáfrica hasta 1995. Los franceses prescindieron de esto hace mucho tiempo, de nuevo, precisamente en función de su igualitarismo. Pero, insólitamente, Fanon, en vez de celebrar el matrimonio entre distintos grupos raciales como una forma de acercar a los grupos sociales, tácitamente postula que la mujer negra que se casa con un hombre blanco colabora con el colonialismo y se odia a sí misma.
Ciertamente, en algunos casos, el deseo de las mujeres negras antillanas de casarse con hombres blancos pudo haber obedecido a las dinámicas psicológicas que Fanon explora (yo también he conocido mujeres venezolanas que buscan desesperadamente casarse con europeos para “mejorar la raza”). Y, quizás Fanon sólo quiso referirse a las situaciones que él vivió de cerca en Martinica. Pero, su disgusto al ver a una mujer negra con un hombre blanco (o un negro con una blanca), ha alimentado en muchos pueblos colonizados la idea de que, para preservar la integridad cultural africana y no doblegarse frente al colonizador, es necesario que las negras se queden con los negros. Esto es un terrible retroceso en la senda de la integración racial.
Este lamentable aspecto de la obra de Fanon no eclipsa otros momentos lúcidos. Por ejemplo, Fanon hábilmente refuta los disparates que defiende el psicoanalista Octave Mannoni: según este autor, los colonizados desde siempre tuvieron un complejo de inferioridad, y una necesidad de que los colonizadores gobernaran sus vidas. Con todo, hay un punto en la obra de Mannoni que Fanon critica, pero que, en realidad, no resulta tan disparatado. Mannoni opina que los abusos del colonialismo no se deben propiamente a la civilización francesa, sino al pueblo llano francés que, al ocupar los cargos de administradores coloniales, atropella a los nativos. Fanon disputa esto, y señala que no hay grados intermedios en el racismo, y que Francia es abiertamente un país racista.
La opinión de Fanon es discutible. Sin duda, el colonialismo francés cometió abusos. Pero, este colonialismo se inspiró en una ‘misión civilizadora’, cuya intención era noble: a partir del universalismo y el igualitarismo ilustrado, se planteó el objetivo de extender al mundo entero los avances de la civilización. Hubo, por supuesto, cinismo en todo esto. Pero, sostener que el colonialismo francés, per se, fue el promotor del racismo, es malinterpretar los datos.
Además, hay en Piel negra, máscaras blancas, alguna inconsistencia. Al discutir el modo en que los blancos representan a los negros, Fanon critica a los promotores del movimiento de la negritude, Cesaire y Senghor, por ser cómplices del estereotipo europeo según el cual, los negros no son tan racionales como los blancos, pero en cambio, tienen la sensualidad y la emoción que carece el frío mundo racionalista europeo. Esta crítica, por supuesto, es muy pertinente: los promotores de la negritude cayeron en el esencialismo, y asumieron que el negro, por el mero hecho de ser negro, es menos racional pero más sensual. El problema, no obstante, es que a lo largo del libro, Fanon también cae en este esencialismo que él mismo critica. Pues, Fanon reprocha a los negros que intentan asumir costumbres culturales europeas. Al final, para Fanon, lo mismo que para los promotores de la negritude, la única forma en que el negro puede vivir auténticamente es permaneciendo encerrado en la esencia africana.
Hoy algunos pseudocientíficos racistas defienden la idea de que las personas de piel oscura son menos inteligentes, y para ello, invocan la supuesta evidencia de pruebas de inteligencia. En realidad, los estudios demuestran que, si los negros tienen menor puntaje en estas pruebas, es probablemente porque han sido discriminados en la educación. Pero, afortunadamente, hay algunos intelectuales negros en EE.UU. que se han percatado de que parte del problema también está en el hecho de que, entre las subculturas de jóvenes negros, hay un desprecio hacia quien estudie y busque desarrollarse intelectualmente, pues, a juicio de estos jóvenes, estos intelectuales “se compartan como blancos” (act white) y son traidores.
Quizás inadvertidamente, Fanon incentivó esta actitud. Su crítica a los negros que asumen costumbres europeas ha desembocado en que aquel negro que quiera nutrirse de los avances de la civilización europea, será sometido al ostracismo en su propia comunidad. La principal falla de Fanon consistió en no haber alcanzado a ver que no todo lo del colonialismo fue malo, y que además de sus innegables abusos, el colonialismo europeo ofreció ventajas que a los propios colonizados les conviene asimilar.

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