jueves, 19 de abril de 2012

Tratado contra el método, de Paul Feyerabend

A inicios del siglo XX hubo gran expectativa y optimismo entre filósofos y científicos. Se tenía la aspiración de que la ciencia tuviese un despegue impresionante (como, de hecho, eventualmente ocurrió), pero para ello, los filósofos estimaban necesario separar a la ciencia de aquello que no es ciencia, o mejor aún, de aquello que pretende pasar por ciencia, pero que en realidad no lo es. Así pues, los filósofos de la ciencia dedicaron atención al llamado ‘criterio de demarcación’.
Una corriente, los positivistas lógicos, sostenían que el principal requisito para que una disciplina fuese científica, es la verificación. Aquella disciplina que tenga alegatos no verificables, no puede calificar como científica. Eventualmente, Karl Popper buscó reformar este criterio, y sostuvo que, no sólo basta la verificación, también es necesaria la posibilidad de ser refutada. Pues, alegaba Popper, hay disciplinas que tienen alegatos verificables, pero bajo ninguna circunstancia son refutables; en otras palabras, han eliminado la posibilidad de un contraejemplo. Esto, insistía Popper, hace que esa disciplina sea dogmática, y por ende, ajena a la ciencia. El criterio de Popper permitió contemplar la posibilidad de que, aun teorías aparentemente científicas, como el marxismo y el psicoanálisis, en realidad no lo son.
Pues bien, en 1975 apareció Tratado contra el método, de Paul Feyerabend. En este libro, Feyerabend pretende revertir los avances del positivismo lógico y de Popper y sus seguidores. Su intención era anular la separación entre ciencia y pseudociencia argumentando, como su título sugiere, que sencillamente no debe existir ningún método en la ciencia. A este libro debemos la infame frase “todo vale”. Su doctrina, conocida como ‘anarquismo epistemológico’, sostiene que, a la hora de intentar conocer el mundo, sencillamente no existen reglas. Tienen el mismo valor epistemológico un meteorólogo, que un brujo que lee el tabaco para predecir el clima. De hecho, Feyerabend exige que la ciencia se separe de la política (así como la religión se ha separado de la política en las naciones modernas), y en la educación pública no se imponga la versión de la ciencia sobre el funcionamiento del universo.
Semejantes posturas escandalizan, y es natural que Feyerabend sea apreciado, por encima de cualquier otro postmodernista, como la bestia negra de la filosofía de la ciencia. Los alegatos de Feyerabend son tan desmedidos, que filósofos serios como Mario Bunge, no vacilan en llamarlo un ‘bufón de corte’, al punto de que cabe sospechar que ni él mismo estaba convencido de sus posturas, sino que (quizás inconscientemente) las formulaba para generar impacto y ganar fama.
Por mi parte, me atrevo a especular (y, advierto que esto es sólo una explicación, y no pretendo que tenga mucho valor explicativo) que el ataque de Feyerabend en contra de la ciencia se debió a un resentimiento que se cultivó en él como consecuencia de una vieja herida de bala sufrida en la Segunda Guerra Mundial, a la cual los tratamientos médicos científicos nunca pudieron dar solución.
Con todo, amerita considerar algunos argumentos de Feyerabend, pues si bien su postura es escandalosa, expone algunos puntos interesantes. La razón que Feyerabend invoca para oponerse a las reglas del método científico, y para proclamar un anarquismo epistemológico es que, a su juicio, la historia de la ciencia ha demostrado que las grandes teorías revolucionarias hoy aceptadas se formularon precisamente en contra de las reglas epistemológicas imperantes. Según Feyerabend, los grandes innovadores de la ciencia han especulado y han prescindido de observaciones y reglas rigurosas, pero precisamente esa creatividad ha permitido propiciar grandes innovaciones científicas. Feyerabend sostiene la inconmensurabilidad de las teorías, de manera tal que ninguna teoría se acerca más a la verdad que otra. Pero, independientemente de que no haya una verdad objetiva a la cual acercarse, Feyerabend sostiene que el espíritu rebelde de los innovadores científicos es precisamente aquello que le da vitalidad al conocimiento humano.
Feyerabend dedica especial atención al caso de Galileo. Contrario a lo que frecuentemente se cree (y, en esto Feyerabend sí tiene razón), la oposición a Galileo no provino exclusivamente de una adhesión dogmática a las enseñanzas de la Biblia o Aristóteles (también se cree frecuentemente que Galileo fue torturado por la Inquisición, pero esto es falso). Al contrario, los protocientíficos (no sería justo llamarlos ‘científicos’ en pleno sentido) de aquella época invocaban observaciones que, aparentemente, refutaban a Galileo y reafirmaban la idea de que el sol gira alrededor de la Tierra.
Por ejemplo, si la Tierra se mueve, entonces deberíamos sentir el viento en la cara constantemente. Pero, la observación más invocada como respaldo del geocentrismo era que, cuando de una torre se deja caer una piedra, ésta cae verticalmente. Quienes se oponían a Galileo argumentaban que eso es evidencia de que la Tierra no se mueve. Si la Tierra se moviera, la piedra caería en línea diagonal, pues al llegar al suelo, la Tierra se habría movido, y la piedra se habría ‘quedado atrás’, pues al estar en el aire, no se habría movido con la Tierra.
Es sumamente curioso que, cuando la Iglesia Católica en el siglo XX pidió perdón por su censura de Galileo, el entonces cardenal Ratzinger (hoy Benedicto XVI) intentó mitigar la culpa de la Iglesia señalando que, en aquel momento, la evidencia acumulada apuntaba a que, en efecto, la Tierra no se mueve. Y, para respaldar esta opinión, Ratzinger citaba a Paul Feyerabend. ¡Es terriblemente irónico que alguien que se propone combatir la ‘dictadura del relativismo’ busque amparo intelectual en uno de los mayores exponentes del relativismo!
Para enfrentar la objeción planteada por los protocientíficos, Galileo formuló aún otra hipótesis que pretendió modificar el entendimiento del impulso y el movimiento relativo (la cual explicaría por qué la piedra desciende verticalmente de la torre), pero sin mucho respaldo de observación. A lo sumo, como es bien sabido, Galileo apeló a un experimento mental: imaginemos que un jinete, a medida que cabalga a alta velocidad, deja caer una bola. La bola caería justo al lado del caballo, tal como ocurriría si el caballo estuviese detenido. A partir de esto, Galileo infirió que en el movimiento del caballo se transferiría a la bola, mediante la mano del jinete. Con todo, es cierto que Galileo no sometió esta posibilidad a una rigurosa verificación empírica. Y, de acuerdo a Feyerabend, Galileo invocó una hipótesis ad hoc (aquellas hipótesis que se invocan en el último momento para ‘salvar’ una teoría que no concuerda con datos establecidos) para salvaguardar su teoría respecto al movimiento de la Tierra.
Hoy, el método científico sospecha mucho de las hipótesis ad hoc. Las pseudociencias están plagadas de hipótesis de este tipo. Por ejemplo, cuando los experimentos de supuestas habilidades paranormales no repiten los resultados de supuestos experimentos previos, se intenta explicar eso señalando que el escepticismo de los observadores inhibe las habilidades paranormales.
Pues bien, según Feyerabend, lo mismo que los promotores de la parapsicología, Galileo violó las reglas del método científico. Pero, precisamente por eso, Feyerabend ve con buenos ojos a Galileo. Aprecia a Galileo como un rebelde en contra de la tiranía del establishment científico; Galileo se atreve a violar las exigencias del método y, con eso, propicia un nuevo esquema explicativo que funciona bien. Y, así como no reprochamos a Galileo por haber violado las reglas del método científico, tampoco debemos reprochar a homeópatas, parasicólogos, astrólogos y brujos. Todo vale.
Feyerabend sostiene que Galileo ya tenía una teoría preconcebida, y que a partir de ella, buscó datos que la confirmara y, en el caso de que esa teoría no encajase bien con algunos datos ya establecidos previamente, formuló hipótesis ad hoc para explicar esa aparente inconsistencia. Feyerabend opina que, de hecho, así operan todas las teorías científicas.
En esto, Feyerabend resuena mucho con una postura muy controvertida defendida por W.V. Quine, el ‘holismo de confirmación’. Según esta postura, cuando se intenta confirmar una teoría, se parte de un esquema conceptual general. Y, en este sentido, siempre será posible ajustarse a unos datos que, en apariencia, refutan la teoría. Pues, esos datos proceden de un esquema conceptual generalizado, pero si se abandona ese esquema conceptual, podrían ser ajustados a la teoría en cuestión.
Así, en opinión de Quine, frente a cualquier dato, siempre hay más de una explicación posible. Por ejemplo, alguien puede sostener que la Tierra es plana. Frente a una pieza de evidencia tan elemental como, supongamos, las fotos que se toman desde satélites en las que, en efecto, la Tierra tiene apariencia esférica, quien defiende que la Tierra es plana puede sostener que esas fotos son un montaje que procede de una conspiración mundial para hacer creer que la Tierra es esférica. Por ello, las fotos satelitales no refutan inmediatamente la hipótesis respecto a la planicie de la Tierra, pues esta refutación parte de otras premisas (por ejemplo, que esas fotos son confiables), y ésas a su vez de otras. Pero, si se prescinde de esas premisas y se postulan otras (como, por ejemplo, que existe una conspiración mundial para hacer creer que la Tierra es esférica), entonces las fotos no constituyen un problema para quien defiende que la Tierra es plana.
La postura de Quine es ingeniosa, pero criticable. Es cierto que, frente a cualquier conjunto de datos, siempre hay varias explicaciones posibles. Pero, no por ello debemos asumir que todas las explicaciones son igualmente válidas. Un principio ampliamente defendido por los filósofos es la ‘navaja de Occam’: las entidades no deben ser multiplicadas más allá de su necesidad. En otras palabras, las explicaciones más parsimoniosas son preferibles. En este sentido, si bien un conjunto de datos puede ser explicado por varias teorías, probablemente la correcta será aquella que sea más parsimoniosa, a saber, la que recurra menos a hipótesis ad hoc. Si bien las fotos satelitales pueden explicarse a partir de dos teorías (primera: la Tierra es esférica; segunda: existe una conspiración para hacer creer que la Tierra es esférica), la primera es más parsimoniosa, y por ende, preferible. Y, de la misma manera, debemos extender este criterio a la montaña de disciplinas pseudocientíficas: si bien, mediante hipótesis ad hoc, podrían ajustarse a los datos que las refutan, precisamente el hecho de que continuamente apelan a hipótesis ad hoc las hace prescindibles.
En todo caso, Feyerabend insiste en que las teorías científicas se imponen, no por su correspondencia con la realidad, ni por la rigurosidad de sus observaciones, sino por las estrategias retóricas propagandísticas que emplean. Thomas Kuhn defendía un argumento similar: ninguna teoría supera a la anterior, sencillamente la reemplaza. El cambio de un paradigma a otro es afín al cambio de moda en la vestimenta. No diríamos que la moda hip hop de los años noventa superó a la moda metal de los años ochenta. Ambos estilos de moda son inconmensurables, y además, el paso de un estilo a otro estuvo mediado por una estrategia mediática y publicitaria. Pues bien, lo mismo que la moda de vestimenta, los paradigmas son inconmensurables, y esos cambios de paradigma han estado mediados por la propaganda de la ciencia, la cual se ha valido de estrategias retóricas. Los científicos convencen más con sus discursos adornados que con la rigurosidad de sus experimentos.
Feyerabend aprecia a Galileo como un superbo propagandista, que se vale de la ironía, el insulto, el ridículo, y demás trucos retóricos, para persuadir a favor de su idea no comprobada en aquel momento. Debe admitirse que, en efecto, Galileo era hábil en el uso de la retórica, y que la ciencia depende de buenas estrategias divulgativas. Es por ello que gente como Carl Sagan, Eduard Punset o Bill Nye hacen una inmensa labor por la ciencia, aun si no han hecho grandes descubrimientos. Pero, postular que la retórica pesa más que la rigurosidad de las observaciones en la ciencia es sencillamente ir demasiado lejos, y distorsionar la historia de la ciencia. Los creacionistas, por ejemplo, cuentan con un inmenso aparato propagandístico a su favor, y emplean estrategias retóricas muy eficaces. En efecto, han logrado convencer a la mitad de la población de EE.UU. (cuna de la mayor parte de los científicos del siglo XX); pero la enorme cantidad de filmes, folletos, campamentos y museos a favor del creacionismo, no podrá convencer a los científicos de que Dios creó a cada especie por separado hace apenas seis mil años. El creacionismo no convencerá, sencillamente porque, aun si cuenta a su favor trillones de dólares y estrategias mediáticas, no cuenta con evidencia a su favor.
Feyerabend ha hecho bien en señalar un aspecto importante de la ciencia; a saber, que el adorno retórico muchas veces complementa a la sustancia de los descubrimientos. Pero, este autor y sus seguidores, pierden de vista el hecho de que la evidencia siempre pesará más que las estrategias retóricas. Al final, la verdad prevalecerá.
También es disputable la reconstrucción histórica que Feyerabend hace del caso de Galileo. Es cierto que, admitido el argumento de la torre promovido por los geocentristas, el postular que la Tierra se mueve habría ido en contra de las reglas protocientíficas de aquel momento. Pero, Galileo destacó, no sólo por atacar el geocentrismo, sino también por colocar en duda las nociones imperantes sobre el impulso y el movimiento. Es cierto que Galileo no hizo observaciones rigurosas sobre estos asuntos, pero eso en ningún sentido implica que la ciencia funciona mejor cuando prescinde de la rigurosidad de su método.
En cierto sentido, Galileo tuvo suerte, pues las posteriores observaciones confirmaron sus intuiciones. Pero, si las posteriores observaciones hubieran refutado las intuiciones de Galileo, hoy lo habríamos dejado en el olvido. De nuevo, contrario a lo que Feyerabend cree, el peso de la evidencia, la coherencia y el carácter parsimonioso termina por ser la vara mediante la cual la ciencia mide la plausibilidad de una teoría.
Feyerabend parte de hechos interesantes (por ejemplo, hoy se olvida que en época de Galileo, el geocentrismo no era sencillamente una postura dogmática, sino que aparentemente contaba con evidencia empírica a su favor). Pero Feyerabend desemboca en extremos que rayan en lo absurdo. El “todo vale” elimina la distinción entre lo racional y lo irracional, y así, cualquier disparate sería admisible. Daría lo mismo curar enfermedades con antibióticos, que intentar curarlas con hechizos. Hay, por lo demás, una profunda hipocresía en todo esto. Los seguidores de Feyerabend despotrican en contra de la ciencia y su método, pero llegados los momentos críticos, saben muy bien que el médico es preferible al brujo, pues acuden a los hospitales, y no a los centros de sanación espiritual.

7 comentarios:

  1. Buen artículo. Olvidaste comentar que, pese a que Galileo no contaba con una evidencia empírica indiscutible y suficientemente contundente para considerarse definitiva, sí contaba con ella. Recuerda que él fue quien perfeccionó el telescopio y empezó a utilizarlo para ver los cielos. Esto le permitió observar el movimiento de otros planetas y satélites, estableciendo analogías con la tierra: si cuerpos similares a la tierra (Ya desde Eratóstenes se sabía la esfericidad de la Tierra -por cierto, la prueba la comprobación de este sabio helénico de la forma del planeta es genial, incontrovertible, sencilla y no hace falta ver directamente al planeta, dilapidando cualquier teoría de la conspiración...-) giraban alrededor de otros, del mismo modo la Tierra podría hacerlo con respecto al Sol. Por el contrario, Copérnico sí puede ser cuestionado por su propuesta heliocéntrica, muy especulativa. Pero insisto, Galileo sí tuvo evidencia empírica que contribuyó a sus conclusiones, al punto que su nuevo instrumento tecnológico, el telescopio, le permitió tener observaciones inéditas, que ni el propio Tycho Brahe en su maravilloso observatorio había podido realizar.

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  2. Pésimo análisis. Dices lo que te da la gana o, diremos mejor, lo que te conviene. ¿En serio has leído a Feyerabend? Es más, ¿has leído a Poder, Baratos o a algunos de los positivistas..siquiera al mucho más digerible Kuhn? Tengo la sensación y casi la seguridad de que no. Pero, ¿para qué? Al fin y al cabo, siempre podemos tirar a la hoguera todo lo que no comprendemos, y que quizás ponga en peligro nuestras más sagradas creencias. Pero para eso no hace falta escribir un blog y tratar de dar la impresión de que tomaste en serio esos escritos. Evidentemente, esto no es más que una falsa página de racionalidad que empleas como propaganda. El lego podrá quedar impresionado, no aquél que se haya tomado la lectura de estos autores en serio. Por tanto, para el viaje no hacían falta alforjas. Quema el libro físico en una plaza, y seguro que muchos idiotas te seguirán. Yo me quedó con los magníficos problemas en que Feyerabend puso a toda la filosofía de la ciencia anterior: problemas que no han sido abordados con éxito aún, en parte a causa de que mentecatos como tú son incapaces de atreverse siquiera a afrontarlos con la profundidad y el respeto debidos.

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  3. Pésimo análisis. Dices lo que te da la gana o, diremos mejor, lo que te conviene. ¿En serio has leído a Feyerabend? Es más, ¿has leído a Poder, Baratos o a algunos de los positivistas..siquiera al mucho más digerible Kuhn? Tengo la sensación y casi la seguridad de que no. Pero, ¿para qué? Al fin y al cabo, siempre podemos tirar a la hoguera todo lo que no comprendemos, y que quizás ponga en peligro nuestras más sagradas creencias. Pero para eso no hace falta escribir un blog y tratar de dar la impresión de que tomaste en serio esos escritos. Evidentemente, esto no es más que una falsa página de racionalidad que empleas como propaganda. El lego podrá quedar impresionado, no aquél que se haya tomado la lectura de estos autores en serio. Por tanto, para el viaje no hacían falta alforjas. Quema el libro físico en una plaza, y seguro que muchos idiotas te seguirán. Yo me quedó con los magníficos problemas en que Feyerabend puso a toda la filosofía de la ciencia anterior: problemas que no han sido abordados con éxito aún, en parte a causa de que mentecatos como tú son incapaces de atreverse siquiera a afrontarlos con la profundidad y el respeto debidos.

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  4. Disculpa por algún error, por culpa del diccionario de mi móvil. Lakatos en lugar de Baratos..y algún otro. A los lectores de la página de, sí los hay, les recomiendo leer todos los clásicos de la disciplina, que no son menos de 10 o 20, más si pueden. Lean este de AFeyerabend después de los clásicos de Lakatos. Feyerabend no escribe sino la verdad ú lima contenida en Lakatos, pero despojando su su mensaje de toda la verborrea de propaganda conservadora. Aún así, estos autores no son la última palabra. La disciplina es joven pero prometedora.

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  5. También considero que su texto no es un analisis de las críticas que Feyerabend hizo a las metodologías de la investigación científica, se percibe una falta de estudio formal al autor que cita "el todo se vale" no es tan insensato y tan simple como se escucha o como la simple frase parece denotar. Recuerda que la ciencia también esta basada en un sistema de creencias aunque su bandera de objetividad es verdadera en algún sentido, no lo es del todo, en el simple hecho de rechazar un investigación por que se "cree" invalida ya hay un prejuicio y adiós objetividad, si bien algo parece indigno de estudio, pues se debe estudiar para tener un pensamiento científico y entonces descartarlo. Si un evento no se puede comprobar explicar o reproducir no significa que no exista, quizá esta es la manera más infantil de intentar explicar lo poco que comprendo sobre Paul Feyerabend.

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